Chyon
La compasión puede cambiar el mundo
No recuerdo bien el día que nací, supongo que nadie lo hace, sólo recuerdo los enormes ojos de mi madre cuando se la llevaron junto a mis hermanos porque pensaron que yo estaba muerto, pero resulta que yo era el más pequeño y débil, el que nació último, por eso no salía mucho de nuestro escondite, hasta que no los volví a ver y el hambre me animó a vagar por las calles mojadas barnizadas de frío y soledad.
Un buen día te cruzaste en mi camino, no recuerdo haber visto a un ser humano tan pequeño en mi vida, recuerdo que rogaste a tu mamá para que me lleven a casa por un baño, que no podías dejarme así de sucio y fue entonces que nuestra aventura comenzó. Días enteros de juegos, huesos y cobijas de algodón. ¡Qué feliz era! Lo único que podía entristecerme por aquellos días era verte salir cada mañana y que las horas pasen sin olerte y sin poder enlodarnos juntos por la vida.
Recuerdo a tu madre regañándonos por comernos aquel plato que era para los invitados, nunca lo entendí, ellos nunca extrañaron aquella delicia porque se la pasaron toda la noche echando humo por las narices mientras yo me moría de aburrimiento en el patio trasero.
Aquella mañana, de esas soleadas que te provocan escapar de la rutina, me aventuré a andar tras la cerca, tenía enormes ganas de encontrarte y contarte que había escuchado a alguien decir que los de mi raza vivían unos diez a doce años y quería desesperadamente preguntarte de qué raza eras tú y si esa raza te permitiría vivir igual que yo.
En el camino, una cosa enorme, la misma que se llevó a mamá, casi se lleva mi cola. Felizmente, un hombre grande, parecido al que ves en la televisión le comenzó a gritar y me asustó tanto que corrí de regreso a casa, pero perdí el rastro, el olor no era el mismo, no podía recordar por dónde vine, todo era muy confuso, y, de pronto, cuando no podía dejar de jadear para encontrarte, algo apretó tan fuerte mi cuello, me hizo volar repentinamente y me estrelló en contra de una pared, lo último que recuerdo es que me dolió tanto que no pude llamarte porque apenas podía respirar.
Desperté aquí, en medio de tantos como yo, todos están asustados, algunos llevan lo que tanto te gusta ponerme en el cuello cada vez que me bañas, otros duermen como si supieran que no es necesario despertar, hace mucho calor, el aire apenas alcanza para respirar, estoy apretado contra unos veinte más, algunos lloran, otros sólo se miran entre sí, esperando el momento para volver a casa, por momentos entra un hombre y se lleva a un par, no vuelven, yo espero que los lleven a casa ¿por algo no han de volver, verdad? Estoy esperando con ansias que sea mi turno para poder lamerte la oreja como siempre y que me des esos golpecitos en la espalda.
Te extraño, quisiera comer algo de todo lo que siempre me pones en el plato, quisiera que la lluvia nos caiga hasta empaparnos y que tu mamá nos seque con ese caliente aparato que me produce cosquillas... Quiero ir a casa... Espera, qué veo, ya no se llevan dos, nos llevan a todos, parece que volvemos a casa amigo mío, espera por mí, ahí voy.. No, no, nos han llevado a otro cuarto y hay unos baldes enormes, parecidos a los que nos mete mamá para quitarnos la mugre. Eso se sentiría muy bien, necesito un baño...pero ¿qué veo? Están sumergiendo a tres de mis compañeros y ellos no pueden parar de gritar, el agua los quema, están perdiendo el pelo, pero están vivos, no puedo mirarlos, creo que harán lo mismo conmigo.
¿Por qué hacen esto? ¿Por qué nos lastiman? No quiero que me duela, no quiero que me lastimen. ¿Qué hice mal querido amigo para merecer esto? Querido Say, mi pequeño amigo, el que algún día me rescató de la soledad, si no vuelvo a verte quiero que recuerdes que Choyn siempre te amará, que me encantó que me llames así, es el mejor nombre de todos...extrañaré tanto calentarme contra tu cuerpo y que me des esos golpecitos en la espalda....Querido amigo, llévame en tu corazón, en dónde esté te llevaré en el mío, aunque probablemente no recuerde nada como cuando nací.
Muchas veces no respetamos los matices culturales de la humanidad en nombre de nuestra sensibilidad tan “occidental”. Y es que en un mundo globalizado el conflicto ético es permanente, y por supuesto, la respuesta más fácil casi siempre es pretender imponer nuestros paradigmas. La solución de fondo a este problema aún no la hallo, tal vez, tanta razón tendría un hindú en criticar nuestras costumbres carnívoras y lo indolentes que somos con el ganado vacuno, como la tiene el profundo repudio que siento por las prácticas llevadas a cabo contra los perros en el sur Chino.
Soy carnívora y podría sonar inconsecuente con la crítica, no lo sé, pero si de algo estoy segura es que reprocho esta práctica no sólo porque es una matanza innecesaria, ilegal, desregulada y desalmada de animales, sino porque me parece realmente inhumano despojar a la gente del vínculo que tiene con otro ser vivo, con su mascota, sea cual fuera la especie. Las mascotas no son sólo animales, son animales que reciben el afecto humano y constituyen un rasgo más de la humanidad.
Esto va dedicado a los miles de perros, muchos de ellos mascotas, como Chyon, que son cazados y sacrificados de manera cruel en el Festival de la carne de perro en Yulin-China, pero también a los miles de hombres y mujeres que perdieron a sus pequeños amigos en una de las tantas costumbres repudiables del ser humano.