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¿Quién tiene la culpa? ¿Yo, por andar provocando a los hombres con mi ropa apretada, con mi foto desnuda?

#NiUnaMenos ¡Hemos dicho carajo!

Publicado: 2016-07-22

¿Cuándo fue la primera vez? Estoy tratando de hurgar en mi memoria, no es muy placentero hacerlo porque son recuerdos que cualquier mujer trata de esconder. ¿Y por qué tratar de encontrarlos entonces? Supongo que la necesidad de alzar una voz de protesta sustentada y acompañada por una verdad que no puede seguir siendo sofocada como las manos que coloca ese agresor sobre el cuello de esa que no ha muerto pero que dejó el alma que la acompañaba en algún corrupto e ineficaz sistema de justicia.

 He leído tantos testimonios esta semana que ha sido aterrador para mí revivir piel a piel cada una de las lecturas, el sufrimiento sicológico o físico de tantas. Por un momento volví a odiar a los hombres y luego, tratando de apaciguar demonios, tuve la urgente necesidad de expulsarlos. 

Sí, sí, creo que recuerdo la primera vez. Fue en la tienda del papá de mi amiga, ya vivía en Perú, ¿Qué edad tenía? Siete u ocho, les mentiría, sólo sé que era una niña y fue la primera vez que alguien me tocó las piernas y fue un recuerdo tan desagradable que no estoy tan segura cuantas partes del cuerpo me tocó, eso sí, no llegó a violarme, mi pequeña amiga siempre estuvo ahí, era un poco difícil que llegue a tanto en la cara de su propia hija. ¿Nunca se lo conté a nadie? Nunca, jamás, qué vergüenza, además supongo que en ese momento no me dejarían ver a mi amiga y yo sé que la quería mucho.

 ¿Cuándo fue la siguiente? Esa foto la llevo registrada como una imagen de la Segunda Guerra Mundial. Un tipo de aquellos que perseguía a todas las niñas del barrio en Surquillo, amaba mostrarnos el pene, yo nunca había visto uno de verdad, todas mis amigas andaban espantadas y temíamos caminar solas por cualquier esquina, nos acompañábamos como una jauría de perros, listas para lanzarnos sobre cualquier merodeador callejero. El tipo, un buen día, desapareció y volvimos a andar solas, confiadas en que la guerra había terminado. Ese día hacía calor y yo iba camino a la bodega en busca de una rica Kola Inglesa, cuando de repente apareció el misil, era un auto nuevo, blanco (antes usaba uno plomo) el tipo lo detuvo cerca a la acera por donde bailaban mis trenzas al viento, me llamó para pedirme una dirección y yo estaba tan cerca al auto que pude ver mientras me hablaba la cuestión con la que posiblemente me hubiesen violado a no ser porque apareció un grupo de señoras en las cuales me refugié. 

Luego vienen a mí, como ráfagas de acoso, las veces que con mi mejor amiga del colegio subíamos junto a su más pequeña hermana a la famosa línea 9, esa que nos llevaba a casa porque no había para pagar la movilidad y cuánta cantidad de enfermos nos intentaba frotar, tocar, hasta semen me tiraron alguna vez. Era toda una travesía andar (hasta ahora) en el transporte de nuestra urbe masculina.

 A los dieciséis decidí que tenía la edad perfecta para comenzar a trabajar y comencé a ir por todas las casas de anfitrionas e impulsadoras para que me contraten, en una de ellas era obligatorio hacerse fotos en bikini (profesionales, ¡claro!) uno de esos fotógrafos "profesionales" intentó cogerme con su cámara más allá del arte, felizmente su intento fue fallido, nunca lo denuncie, qué vergüenza, nuevamente, nadie me iba a creer, ¿qué hacía una niña en bikini provocando a un fotógrafo?

 Luego, vienen las historias de cada vez que me agarraron el trasero en este tipo de trabajo, todos los ofrecimientos de grandes empresarios, la cantidad de hombres casados ofreciéndome el sol y la luna por un pedacito de carne fresca, algunos de manera insólita y atrevida, casi delante de sus mujeres y sus bebés. Recuerdo aquella vez en la Feria de la Mujer del Jockey Plaza, uno me dijo al oído: Acuéstate conmigo esta noche y tendrás todo lo que quieras, enseguida me puso su tarjeta personal en la mano y acto seguido con una voz casi de asesino me dijo: -Cállate que ahí viene mi mujer. La mujer se acercó, me miró de pies a cabeza y me dijo con una sonrisa de bruja retorcida: -¿Y qué vende esta pequeña putita? -Nada amor, ya vamos. Proseguido de un cálido beso y respectiva agarrada de nalga a su mujer. ¿Putita? No era la primera vez que me hacían sentir tan mal, hacía unos meses ya me habían ofrecido ser “putita”, pero de las de verdad, me habían puesto precio, lugar (un hotel de lujo en Lima) y me habían cotizado como una chica Ruso- peruana, es decir, de mejor rango y mayor precio. Y yo que ese día pensaba emocionada que por fin encontré chamba fija en un hotel como anfitriona y caminé dos cuadras enteras llorando por lo que me pareció una terrible ofensa. ¿Acaso había hecho algo para merecer tanta mierda? Yo sólo quería trabajar y ayudar a mi mamá. No hay derecho. 

Historias en mi vida acerca del acoso tengo innumerables, tanto así, que para escribir sobre esto necesitaría sentarme con alguna amiga y una cerveza bien fría para así intentar recordar todos los trabajos, todos los sitios y todos los hombres que intentaron ser machistamente cobardes conmigo.

 Esperen, recordé una más, es que estaba pensando en alguna en dónde me hayan golpeado para ponerle sazón al cuento, y esta, sí que es una gran anécdota sobre la fuerza que desarrollé con los años para la autodefensa. "Para cuando las lágrimas no alcanzan, yo, aplicó los golpes, son el mejor remedio contra los malditos". Estaba en Sargento Pimienta, no recuerdo en qué año, solo recuerdo que estaba en la Universidad, me había reunido con un grupo de amigos y estos se fueron disipando durante la noche, hasta que decidí que también era hora de irme a casa, iba derecho a la puerta en medio del tumulto, cuando de pronto alguien me metió la mano tan fuerte que sentí hasta mi cerebro arrollado, volteé, miré al tipo a la cara y decidí tirarle un puñete, la mano me dolió más que la vida en ese momento, pero era feliz porque lo había arrollado también, pero como no hay segunda sin tercera, él decidió hacer lo mismo, felizmente el golpe me cayó cerca a la oreja y los Vips grandulones lograron sacarlo antes de que me caiga una buena tunda por atreverme a defender mi trasero. 

Todo esto es poco dirán, comparado con lo que han sufrido Cindy Contreras, Lady Gillén y tantas mujeres. Imaginen que hasta a mí me parece poco, tanto que me atreví a contarlo por este medio y no al sicólogo para que me ayude a olvidar tantas heridas que probablemente hayan marcado mi vida en tantas formas y para siempre. 

¿Quiénes tienen la culpa? ¿Yo? ¿Yo, por andar provocando a los hombres con mi ropa apretada, con mi foto desnuda? ¿Yo, que elegí ser actriz, sinónimo para "tantos" de "mujer ligera"? ¡No señor! ¡No! ¡No! Y ¡NO! La culpa está y comienza, y no quieren verlo, en aprobar frases típicas que ya no soporto como " Pero él es hombre" "Así son ellos, todo el día necesitan mandarse mujeres desnudas, pornografía, es normal" "Déjalos que hablen así, son hombres, con tal de que no te la hagan" "Tienes que entender Mashita que una cosa es que lo hablen y otra cosa es que lo hagan" "Caballero, todos los hombres son unos perros, bien difícil que eso cambie, está en su naturaleza mirar culos, la cosa es que no lo hagan en tu cara" (Esta última suena al comienzo de otra que pronto podría ser usada, algo así como: está en su naturaleza tocar culos sonsita) 

¡Patrañas! ¡Mierda pura! ¡¡¡Me rehuso!!!!! Ya es hora de que ellos se autoeduquen, de educarlos, de que aprendan que no tienen que comportarse como animales marcando cada hembra, descontrolando su verga. No me vengan con que es normal y que debo aceptarlo, basta de justificarlos, ya pasé demasiados años de mi vida soportando este tipo de sandeces. Ya les dimos muchas vidas para seguir callando y aceptando, ya recibimos demasiadas heridas, sendos golpes, ya tuvieron demasiados siglos para hacer con nosotras lo que les venga en gana. 

NiUnaMenos ¡Hemos dicho carajo!


Escrito por

Masha Chávarri

Actriz, Coach y Facilitador


Publicado en

Mashazeta

De la vida y de otras cosas..